Palabras de + Manuel Herrero Fernández, OSA, Obispo de Palencia, con motivo de la Semana Santa 2021.
Queridos hermanos y hermanas cofrades: Con este texto de la Sagrada Escritura os invito a vivir la Semana Santa, esta Semana Santa peculiar que nos toca vivir por las normas sanitarias que nuestras autoridades han decretado y en la que muchos hermanos y hermanas nuestros siguen sufriendo el azote del coronavirus Covid -19 en hospitales o en sus casas y otros en sus secuelas.
Mirar al Crucificado. Cuántas veces hemos preguntado y hemos lanzado al cielo la pregunta: Y Dios, ¿dónde está, porqué no hace algo? También lo hace el pueblo de Israel o un creyente de ese pueblo desde su situación de sufriente, de maltratado y angustiado como nos lo refieren los salmos y el mismo libro de Job. También el mismo Jesús, en la cruz, lanzó este grito que estremece el alma:” Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Jesús, en la cruz, el suplicio del máximo y cruel tormento eleva a Dios, su Padre, ese grito que es una oración; es el salmo 21, un salmo donde un fiel, con el que Jesús se identifica, eleva a Dios y pregunta. Pero pregunta no retando, no cuestionando la soberanía de Dios ni su omnipotencia, sino de forma creyente y confiada. Sabe que Dios ha estado y está cerca de su pueblo a lo largo de la historia, que los ha sacado de Egipto, que los ha liberado del destierro de Babilonia, pero no entiende su lejanía en la situación actual en la que se siente cercano a la muerte. Pero pide la ayuda de Dios, su fuerza; al final del salmo canta y alaba porque Dios no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro, cuando pidió auxilio, lo escuchó (v. 24-25).
Tengamos nosotros la misma confianza en el Señor que no abandona, que sabe de nuestras dolencias y sufrimientos, porque ha pasado por ellos, que ha sido probado en todo menos en el pecado, y nos puede auxiliar en el momento oportuno con misericordia y gracia, que nos comprende porque él también ha estado sujeto a la debilidad (Hebr. 4, 15-16; 5, 1-9), que está y se identifica con el desnudo, con el enfermo, con el peregrino, el sediento y el hambriento, el encarcelado (Mat. 25, 35ss). Él es el autor de salvación (Hebr. 4,9).
Miremos con fe, no como el indiferente que pasa, mira, y sigue su camino sin compadecerse; miremos con amor, con empatía, como el Buen Samaritano (Lc. 10, 25-37), sabiendo que él sigue sufriendo hoy en nuestros hermanos que están tirados en las cunetas de las vida, enjuguemos su rostro como la Verónica, ayudemos a llevar la cruz como el Cirineo, no nos lavemos las manos como Pilato, no condenemos como Herodes, no le vendamos como Judas, no traicionemos ni abandonemos como los discípulos, no añadamos más cruces sobre sus hombros, no le ultrajemos con nuestros insultos, no lloremos con esas lágrimas ded cocodrilo que lleva el viento; acudamos a él como el Buen Ladrón, o como el centurión; oremos como Jesús en la cruz con el salmo 31:”Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23,46).
Miremos también a Santa María, la Virgen de los Dolores, de la Esperanza, de la Soledad,…; ella nos dice: “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta”(Lam. 1, 12). Es el dolor de la Madre. Este texto pertenece al libro de las Lamentaciones, un libro que recoge los lamentos, quejas y dolores del pueblo de Israel desterrado en Babilonia, que supuso una honda crisis de fe en el pueblo que le purificó. Este libro tiene frases de profunda confianza en Dios:” Me ha aplastado en el polvo; he perdido la paz, me ha olvidado la dicha: me dije: ha sucumbido mi esplendor y mi esperanza en el Señor. Recodar mi aflicción y mi vida errante es ajenjo y veneno; no dejo de pensar en ello, estoy desolado, hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré: Que no se agota su bondad del Señor, ni se acaba su misericordia; que se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!”!; me digo : Mi lote es el Señor, por eso esperaré en él. El Señor es bueno con el que espera en él, para el que lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor”(Lam. 3, 36-26). Las lágrimas y los dolores de Santa María no son sólo por Jesús, su Hijo amado, sino también por todos nosotros sus hijos que sufrimos porque ella nos lleva en el corazón ( Jn. 19,27).
Que la lectura de la Pasión del Señor y el recuerdo de los dolores de Santa María nos lleve a tener los mismos sentimientos de Cristo y de María hacia el Padre y hacia los hermanos que sufren por diversas causas, sentimientos que se concreten en obras de amor y solidaridad, de cuidado cariño y ternura hacia el hermano o hermana.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia.